jueves, 13 de octubre de 2016

5 de mayo

Lunes 5 de mayo de ¿2014?

Para Ricardo, aunque no hizo nada por merecer mis palabras.

Dejarme ir
Y qué importa el frío,
Qué importa toda la destrucción
Del universo alrededor.

Qué importa caer
O volar.

Si este cielo fue azul, como dicen
No lo recuerdo.
Hay demasiados matices
Y demasiados matices de los matices
Para comprender cualquier cosa.

Qué importa
Si te quiero o estoy loca.
Si es lo que hay,
Y no tenemos fuerza,
Ni voluntad,
Ni miedo al futuro,
Ningún miedo y ningún futuro
Y el pasado lo inventamos cada día y cada día
Lo vamos olvidando.

Qué importa si ganamos o perdemos
O perdemos porque sólo perdemos la memoria
Y no tenemos nada,
Nada más que lo guapos que somos hoy,
Las ganas de tocarnos,
Esta primavera,
Lunas,
Plata,
Y algo más para fumar.

jueves, 14 de julio de 2016

Ya lo sé

Ya lo sé.
Ya lo sé, tenías razón
Cuando me decías que no volviese a casa sola por la noche.
Todo es ambiguo por la noche,
Las calles no son las mismas calles y los rostros
Se diluyen en la sombra.

No reconocía a nadie ayer entre tanta risa y la risa
Retumbaba como truenos
Incluso cuando yo ya volvía
Persiguiendo amaneceres que aún no llegan
Nunca llega a aclarar nada el amanecer
Porque el misterio es de la noche
Le pertenece.
La luz y la sombra son antitéticas,
No se pueden mezclar.

Y había algo ayer,
Que yo no podía ver
Había
Algo que no sé nombrar
Que acechaba todo el tiempo,
Que estaba siempre fuera de mi alcance,
Pero estaba siempre ahí
Más allá de mi comprensión.

Tenías razón,
Nunca tuve cuidado
Cómo te gusta desafiar.
Ahora tengo miedo
Y me duele tanto me quema dentro
Porque no quiero aceptar
Que soy humana
Vulnerable
Y mujer.

Que es necesario tener miedo,
Porque las cosas que primero seducen
Luego suelen doler.





miércoles, 29 de junio de 2016

Ante la duda

No quiero más irme a dormir sola.

Yo
Sola,
No sé si por arrogancia y egocentrismo
O quizá sea solo miedo
No lo sé.

Si ese muro que me separa de los otros
Está ahí porque yo lo he edificado.
Por qué lo he edificado,
Si intento derribarlo
A cabezazos
Cada noche…
Y cada noche sé que sola
No puedo derribarlo.

Yo
Sola
En ese vertedero,
Sola
Frente a un ejército de moros.
Sola,
Contra todos esos monstruos, reales e inventados
Los insultos
El desprecio
La violencia

Yo
Sola,
En un calabozo
Sin droga
Sin padres
Sin lágrimas
Sin nada.

Sola, ante un tribunal
Frente al juicio,
Frente al mundo
Demasiados errores.
Para estar tan sola, y dar cuenta de todos ellos.

Quizá sólo quiero cómplices
Para compartir una culpa demasiado grande
Como para cargar con ella sola.

Sola
Fumando un cigarro
Ante el espejo
Ante la duda,
De si estoy sola porque los demás se me escapan
O me persiguen.
De si soy incapaz de amar
O incapaz de ser amada.

viernes, 22 de mayo de 2015

Estuve ausente


Madrid, 21 de mayo 2015

Los demás no entienden. Nadie quiere hacer el esfuerzo de entender. Sólo ladran, por que en realidad les da miedo lo que hay detrás de la permanente cortina de humo que separa de todo lo otro. En realidad les da miedo lo que hay detrás del muro. Y hablan, y hablan. Y hablan, y no dicen nada.
Sólo saben ladrar.

Pero tengo que decirte que son pocos los que aprecian –por que la hay- la belleza que late en la deconstrucción, incluso en la destrucción. En la crisis. Abajo todo y fuera. Rompedlo todo, romped todo lo que esté entero, derribad todo lo que esté en pie. Que nada de esto ya me sirve. Nada de esto es mío, nunca lo fue. Ya me lo habían dado todo. Me sirvieron la realidad en bandeja; y por piezas en cajas de Ikea, llenas de muebles con nombres finlandeses. Yo sólo tuve que seguir las instrucciones y montar. Y qué bonito quedó todo, sí, pero ya no lo quiero. Ya es escombros, ya no hay esa realidad. Mi estantería se llamaba Billy, antes de que la destrozara a martillazos de furia; libros cayendo al suelo como lluvia, libres de la prisión a la que Billy les condenaba.
Ya no hay esa realidad. No la quiero. Por que esta vida prefabricada no conoce los límites a los que puedo llegar.

Me encontré cuando estaba casi muerta. Me encontré entre la muerte y la vida cuando podía estar muriendo o volviendo a vivir. Es una frontera invisible, es un horizonte precioso que la anestesia sólo te deja apreciar tres o cuatro segundos. Y luego, sólo dormida, cruzas la frontera. Y te vuelves a encontrar a ti. Sola en medio de un desierto de ruinas. Y me pregunté si estaba viva o muerta, por que no había nadie y no había nada, sólo esa luz. Y las ruinas. Y de pronto comprendí. Comprendí que estaba viva, que, aunque sola, acababa de nacer de mis cenizas y que de esas mismas cenizas volvería a surgir mi realidad, la mía, y de nadie más.

Fui estúpida y presuntuosa, o quizá temeraria al vivir sin mañana y dejar que mi mundo se derrumbara encima de mi. Era demasiado bonito, era precioso. No supe parar, no supe escapar a tiempo de mi propia aniquilación. Fui temeraria al vivir sin mañana rozando la muerte, pero no vivía. No vive el que no tiene horizonte, sólo busca, desesperadamente, sólo puede buscar. Corriendo siempre. Busca respuestas que llegarán, ojalá alguien me lo hubiese dicho, después, sólo después de haber olvidado las preguntas.
Y recuerdas el proceso: destrucción, construcción. Pregunta y respuesta. Origen y fin. No hay fin, no hay nada de eso. Nada que importe más que el mientras.
Mientras, nosotras viviremos con todas nuestras ganas. Mientras tanto no. Mientras tanto los perros ladrarán, los cerdos seguirán retozándose en su propia mierda y los burros seguirán tirando de pesados carros de mentiras y bajando las orejas ante la vejación. Y tendrán éxito, lo tendrán, en esta sociedad que es, tal y como escribe Orwell, una granja de mediocres megalómanos. Ellos seguirán no viviendo y sólo funcionando, de la manera planificada, y no sentirán ningún vacío, no sentirán ningún dolor.

Mientras tú, mientras yo. Sin muros ni cortinas que nos enajenen del mundo. Saldremos y entraremos dentro de nosotras mismas, vomitando monstruos , comiendo mariposas. Viviendo las metáforas que no se pueden escribir, falsos poetas, sin antes haber vivido en ellas. Sentiremos la tierra vibrar. Por que todo vibra, aunque sea muy despacito. Por que la vida hace vibrar.

Conquistar la vida


Conquistar la vida y no el mundo
La vida, más inabarcable que el lugar.

Me sentía como si una guerra civil hubiese arrasado mi interior
Escombros de escombros muy adentro.
Por qué tuve que ver esas cosas y quedarme viva
sólo por fuera.
Porque tras el hambre y el dolor de mil heridas, aprendí.
Aprendí que las manchas de sangre
nunca se borran del todo.

Y ahora, mi obsesión por las huellas y las marcas.
El símbolo.
Mi obsesión por la sangre ,
porque en la sangre
sentí la acritud de la vida que se derrama.
He dejado manchas de vida en
cada rincón violento de mi carrera hacia la nada.

Vivir derrochando la vida, profunda, roja, se
parece tanto
a morir.
O son los otros los que mueren
alrededor.

La catarsis y la violencia de un ritual
tan inevitable como el mundo.
En realidad no hay ninguna diferencia,
y no nos gusta lamernos las heridas.

Ensuciarse la vida
por contagio hemático.
Al amar
Ensuciarse al respirar.

Empecé a pensar el tiempo en distancia,
en trayectos siempre iguales.
En la frecuencia de su repetición.
Empecé a medirlo en precio.
No se puede perder el tiempo porque
se necesita tiempo para hacer dinero.
Producir, dinero, y más dinero.

Y luego, por más que compres,
por más que pagues,
no eres ni más ni menos que el último yonki de esa chabola,
el último, igual que todos.
Y los demás a ti también te ponen precio
y te miden en dinero.
Así es en el vertedero
al igual que lo es en el mundo,
pero sin hipocresía.

Un día me di cuenta de que había olvidado
cómo vivir sin ello,
cómo vivir de otra manera.
Que había otra manera de vivir.
¿Y la hay? sin esconderse, ¿la hay?

Porque en imposible perder la noción
de la realidad una vez que
la cadencia de tus horas
la marca la espera
entre una dosis y
otra dosis
de cualquier cosa.

Las medidas cambian,
Todo se vuelve laceración y exacerbado consumo.
Consumo. Retener
el humo
y dejarse morir hasta la siguiente inhalación.

Así fui acumulando muerte
así el peso,
la inanición,
así la aguja,
las venas destrozadas
la parálisis.

Quiero sólo dormir en el margen
que la narcosis deje entre un amanecer
y otro amanecer.
He perdido todo el interés y
crecer ya no sé si puedo
en una paréntesis
cada vez más cerrada,
entre las páginas de un libro,
escrito en una lengua que ya no sé leer.

Pienso que mi pasado es más olvido que pasado.
Que quizá el futuro existió,
más grande que un presente que ahora,
a lo sumo, será sólo una vaga intuición de lo que luego
recordarás.
Este momento.
¿Cuál momento?
¿Què?
Que ahora todo ha perdido consistencia
que mañana ya no cabe dentro de mi capacidad de proyección.
Ya no soy .
No soy nada, nada.
no soy mi pasado porque llueve
y las huellas se han borrado

Ahora lo que soy se materializa
en una única huella indiferenciada de sangre
tatuándose en esta piel
que no es mía.
Mi cuerpo ya no es mío, nada es mío.
Nada más.

Y sólo niebla y humo llenan
la distancia sin nombre
que me separa de la siguiente paréntesis.
Mientras el resto se para,
se convierte en ceniza y
Sólo la sangre
lenta
abre fisuras en la nada.

Eco de añoranza y desengaño
Nudos  imposibles
en la espiral de las líneas paralelas de mi fuga perpetua.
El vacío excavado en túneles kilométricos que me atraviesan el alma.

- Ahora lo sé. Por culpa del amor.
La culpa es amar y haber amado. –

Y la intuición de que,
 en un tiempo lejano,
había una pregunta.
Que ahora tengo la respuesta, la tengo
después de tantos años.
Pero no recuerdo la pregunta.
No recuerdo la pregunta.
Es la pregunta la que, no sé cuándo, olvidé entre mil cosas.
La olvidé entre mis escombros.

Y la respuesta espera,
languidece,
Que había otra manera de vivir.para nada.
La respuesta se desangra.
Ensucia el suelo.
Y aún no se quiere morir.


martes, 25 de febrero de 2014

Sólo nos quedará callar


Así es” no es lo mismo que decir “Así sea”: Así sea es una sentencia moral, enuncia un deber ser en cuanto que tiene carácter normativo, dado por el imperativo del verbo ser. Pensándolo bien, constituye la enunciación radical de toda ley, sea ésta escrita o tácitamente establecida. Por lo tanto, como cualquier ley, desde “no pisar el césped” hasta las profundas y ancestrales que prohíben el incesto o la usurpación de los bienes ajenos, es una construcción sin cimientos, un castillo en el aire. Un absurdo. Una gilipollez.
No digo que la legislación no sea necesaria, al contrario, es fundamental. Pero carece de fundamentos, no tiene su razón de ser en la naturaleza intrínseca del ser humano - si es que hay una naturaleza intrínseca -, es decir, no somos seres morales. No se presenta en nosotros como algo innato, ni tiene el aura de sacralidad que tendencialmente se le atribuye; dudo mucho que un Dios nos haya implantado en el espíritu la semilla de la moralidad. Y mucho menos se presenta como algo ya dado en la naturaleza antes de nosotros. El concepto de “ley de la naturaleza” es una transposición del orden - absolutamente artificial - de dicha institución al caos desbordante que domina el universo, que de hecho nos es imposible de soportar. Nosotros leemos en la naturaleza algo como leyes necesarias, físicas, matemáticas, biológicas, etc.; pero sencillamente porque ese es el único esquema mediante el que la podemos - creo yo, ilusoriamente - comprender.
Digamos que la razón humana necesita legislar. Estructurar las cosas según un orden que es exclusivamente humano, y que no necesariamente se da en la realidad.


El único acto posible por nuestra parte de honestidad y coherencia es la constatación.
Bien, es cierto, el deber ser responde a la exigencia de vivir en comunidad. Sin reglas no hay sociedad que funcione, que sea tal. Y es que “los seres humanos somos seres sociales” de acuerdo, Aristóteles tiene razón. Pero eso no significa que nos podamos tomar la libertad de pensar las cosas como dentro de un cosmos, sólo podemos hacerlo con la conciencia de que todo orden fenoménico es un mero autoengaño. Y además, ¿qué significa esta definición clásica de ser humano? Pues que somos una panda de pringaos. Así es, admitámoslo.


La verdadera razón de la esclavitud es la libertad. 

– Hago un inciso, aclararé en seguida el sentido en el que afirmo semejante barbaridad; mi idea es usar esta especie de efectismo retórico para provocar la indignación, la extrañeza, la duda; para transmitir, a quien lea esto, la misma sensación que experimento yo al ver destruidos continuamente los que son mis valores y mis convicciones; porque soy la más idealista de las personas que conozco y vivo, por ello, en una continua frustración al sentirme cada vez más pequeña e incapaz, como ser humano, ante todo lo que me rodea. Cuanto más me empeño en entender algo, menos lo entiendo. Y es que el conocimiento no es constructivo, no es algo que se va acumulando dentro de nosotros ofreciéndonos puntos de amarre sólidos para la vida; todo lo contrario, es una gradual e inexorable destrucción. En esto consiste la paradoja de la crítica: poner en crisis todo para condenarse a la crisis, continua y creciente, cuyo fin potencial es el nihilismo más absoluto. Desolador, lo sé, pero es así como se vuelve uno humilde, cómo alcanza la conciencia de sí, de sus límites y de la precariedad de la existencia. Y opino que esta debería ser una aspiración universal, porque es odiosa la fatuidad y la arrogancia con la que el hombre pretende encasillar lo encasillable, juzgar y juzgar, imponerse como tirano conceptual del universo. Dicho esto, explico el sentido en el que entiendo que la libertad es, en último término, la razón de la esclavitud. 

Vivimos esclavizados, anclados a un concepto, el de libertad. La libertad es un concepto, como todo concepto, inventado, literario y especulativo. Libertad abstracta e inalcanzable en sí misma – no me estoy refiriendo aquí a la libertad política, en sus diferentes acepciones, ni al sentimiento irracional de libertad-. La libertad como cosa en sí, sin predicados, es inaccesible; es un incondicionado absoluto que carece de referente real. En el fondo no más que una idea, de las platónicas. Su ubicación el Hiperuranio de la fantasía. Si no tuviésemos a tal idea de libertad como referencia, no viviríamos la angustia de nuestra condición, no sentiríamos el peso de entender toda acción como reacción a una necesidad. No habría ambigüedad en el querer.


Cualquier concepto, en el fondo, es una pura quimera. No más que ficción, alejamiento de las cosas; al fin y al cabo, un mecanismo de defensa ante el sinsentido. El lenguaje proposicional es un sofisticado sistema de metáforas, porque sólo aludimos a la realidad mediante una transición, con un giro forzado que reduce cualquier cosa a símbolo. ¿Cómo es posible que el sol quepa en una sola sílaba? Cualquier cosa que digamos, incluso que nos digamos a nosotros mismos, contiene una metáfora, y esta abstracción del lenguaje conforma ineludiblemente el pensamiento: pensamos según leyes gramaticales infranqueables. ¿En base a qué entendemos la realidad como dividida en sujeto y predicado? Esta es la pregunta que se hizo Nietzsche; añado que esta reglamentación, fuera de la cual nada puede ser dicho, es el origen de toda forma de dualismo en la historia del pensamiento de la humanidad. Y no hay concepción de lo real que no sea dualista. No la hay.


Lo que pasa es que cualquier cosa que yo diga, por extraña o lógicamente contradictoria que sea, es más comprensible que el silencio.
Pongamos que me esté comiendo una manzana, de la manzana salga un gusano y entonces yo diga/piense “Este gusano es biunívoco”, por ejemplo. O que al tropezar y caerme sobre un enorme montículo de estiércol exclame “¡estética trascendental!”. O que mientras ceno con mi familia, amablemente le pida a mi madre “¿Podrías apagar la merluza, por favor?”
La reacción de los demás sería de perplejidad, hilaridad o molestia. Pero, al fin y al cabo, esa reacción sería la consecuencia del haber entendido el significado de las proposiciones que he enunciado, que no son más que juegos de palabras, combinaciones extravagantes de significado, imposibles lógicos, pero siempre e inexorablemente dentro del marco del lenguaje, cuyos límites, parafraseando a  Gadamer, son los límites de la parcela de mundo que podemos conocer.

Lo que no se entiende es el silencio. Y no sólo no se entiende sino que no se puede pensar, ya que en la medida en que hay un solo pensamiento, aunque no sea verbalizado, en nuestra conciencia, no puede haber silencio. En cuanto que pensado como “silencio” ya no es silencio. Y “silencio” es el concepto abstruso mediante el que aludimos a una “x” que se nos escapa, un indeterminado que va más allá de nuestra comprensión y que, por ello, nos abruma e intimida. El silencio no admite palabras y eso provoca en el hombre consternación, malestar y azoramiento. Ni siquiera podemos decirnos mentalmente “silencio” para tratar de sedar nuestra ansiedad enjuiciándolo dentro de los límites de su definición, sino que nos vemos obligados a estar-en él, con él, en su trance, abrumados.


* Hay mucho más océano que tierras, todo es y todos somos islas. Hay mucho más nada que algo, y ese algo que hay son ciudades de humo flotando, en el universo en expansión. No hay nada que sea sólido, nada que sea fijo. *


Me gustaría saber quién fue el desgraciado neurótico al que se le ocurrió la fantasiosa insensatez de la existencia del “destino” -que en la historia ha tomado la semblanza y los matices diferentes de “Tyché”, “Dike”, “Fatum”, Providencia, y un largo etcétera -. Cómo llegó la humanidad, en su delirio, a transformar el sucederse en alternancia y simultaneidad de instantes en devenir en una línea direccional, a medir el tiempo en horas y entenderlo a través de la imagen de un camino, de una escalera hacia el progreso, hacia la luz, la felicidad, hacia la verdad. ¡Nuestra ridícula existencia en la nada una ascensión hacia la verdad! Es una idea completamente descabellada y, sin embargo, a la que no podemos renunciar.


Le damos un sentido a las cosas, las articulamos en sistemas grandilocuentes de significado absolutamente arbitrarios. Y lo hacemos sólo por nuestro megalómano afán de dominar la realidad, afán que responde, a su vez, a una latente inseguridad, al humano complejo de inferioridad respecto al todo sin nombre.
Todos los hombres son niños que temen a la oscuridad, porque siempre es el caos de la noche el fondo que subyace a nuestra vida. Nos asusta lo inabarcable que nos conforma, nosotros, destellos minúsculos de luz artificial arrojados a las tinieblas.

Los hombres somos seres narrativos”; esta definición me gusta más que la aristotélica, porque es cierto que no somos capaces de vivir, solamente; sino que necesitamos entender la vida; y entendemos la vida sólo en medida en que nos la contamos como una historia. Todas nuestras historias como millones y millones de fascículos dentro del registro de la Historia de la humanidad.

En cierta ocasión un amigo me dijo que me caricaturizo demasiado, y que eso no es bueno porque tiene la consecuencia de que los demás no me toman en serio. Le estuve dando muchas vueltas, pero es que no puedo evitarlo, no lo hago a posta, supongo que es la única manera de la que dispongo para vivir dentro de mi vida/historia, que es la más exacerbada de las tragicomedias. Todas las vidas asumen en la reflexión introspectiva tonos literarios, pueden ser épicas, poéticas, clásicas, fantásticas, y pueden combinarse en ellas todas las posibilidades en distintas proporciones; y evidentemente, en función de ello las personas se dibujan a sí mismas como personajes, a los que nos referimos cuando intentamos definir lo que llamamos identidad. Y bueno, no hay que entender este show que ponemos en escena como algo malo, como algo enfermizo o inmoral. Sencillamente es así como funcionamos. Nos montamos la película e inauguramos nuestro vuelo gallináceo a través del vacío. No hay que tomárselo a mal. A mí me hace gracia.


Nuestros discursos, de los que no podemos prescindir, son el autoengaño sobre el que nos apoyamos para que no nos arrastre el huracán de lo inabarcable. Hablamos porque no soportamos convivir con el silencio profundo que es el núcleo esencial de todas las cosas, su ser profundo y verdadero. En rigor, sólo nos queda  la constatación sin más del Imperio de la Nada y de la Noche. Eso que sólo podemos vagamente percibir como acechando en nuestro interior, como la amenaza lejana de una sombra.


El silencio es la realidad.





jueves, 20 de febrero de 2014

Postales a Martina


Cómo me alegré de verte.  
Venezia che muore, adagiata sul mare. 
Y tú no te caigas cuidado, que la orilla resbala. Pero qué coño. No hay orillas. Es cierto. 
Sólo agua, qué imbécil yo preocupándome por la orilla y sólo hay agua. Por todas partes.
Es normal, me dirías. 
El cansancio tía, duérmete un rato en el tren.
Sólo quería sentarme y mirar por la ventanilla.

*

Transitar en línea recta a 300km por hora me relaja muchísimo. Por lo menos no tengo que andar, que me duelen las rodillas. Lejos atrás lejos, todavía, adelante y lejos fuera la lluvia cae. 
He visto la lluvia caer, pero lejos.
Todo ese silencio. Pensaba que el silencio es la distancia o algo así… ¿tú que opinas?
En el fondo da igual.

*

Pensaba que habría querido hacerme pequeña pequeña pequeña infinitamente; reducir mi tamaño hasta ser igual de diminuta que un microbio para poder nadar y nadar por los ríos de sangre de mis venas y ser. Sí, ser plenamente yo dentro y fuera de mi misma, habitando mi vida. Pero de pronto me di cuenta de la doble imposibilidad que ello suponía, ya que:

1. Es imposible que una persona reduzca su tamaño hasta ese punto.
2. Es imposible desdoblarse en dos yo. Y aun más que uno de ellos entre dentro del cuerpo del otro…

En fin, una gilipollez. Ya te digo, iba muy cansada. Y encima esa resaca…

*

Menos mal que el sol está mucho más arriba que las nubes, si no, tanta lluvia habría podido apagarlo. (En serio…eso pensaba).

*

Cuando nos cansamos de tirarle cacahuetes a los babuinos, decidimos secretamente soltar a todos los bichos exóticos. Nos habíamos aburrido de estar mirándolos sin más y si los soltábamos habríamos podido acariciarlos y jugar con los guepardos como si fueran gatitos. 
También nos dijimos que si nosotras nos habíamos aburrido de mirarlos ellos se estarían aburriendo aún más de ser mirados y tanto aburrimiento nos daba una pena tremenda.
Había que ponerle fin.
Que bonito fue ¿te acuerdas? fue precioso. Lo malo es que en agosto en Madrid hace un agosto tórrido y, desgraciadamente, al salir de su jaula climatizada, todos los pingüinos se murieron de calor. Martina y yo nos quedamos consternadas y afligidas, en silencio, mirando todos esos cadáveres de pingüinos deshaciéndose en la carretera.
Y yo entonces pensé, por primera vez, que la muerte es la cosa más terrible que podía pasarme. Nunca me lo había planteado, ese después de nada para siempre me pareció aterrador. Pero no te dije nada. Me preguntaba angustiada a mi misma “y entonces…¿para qué?
Por suerte a los pocos minutos olvidé esa pregunta para concentrarme en no recuerdo ahora que tontería que estabas haciendo.

*

Iba tan despistada que de repente me di cuenta de que había olvidado si estaba yendo o volviendo. ¿Y a dónde?
Qué mas da, si es que estaba en otra onda. Ya te digo. Feliz de haberte visto. No necesitaba más que la butaca del tren y la ventanilla. Que el tren no parase nunca. 
Nada más.